Más Allá del Individualismo

Prólogo

Sin duda, vivimos en tiempos de profundas transformaciones psicológicas. La humanidad, afirmo, se lanza a un nuevo salto cuántico en su crecimiento evolutivo que resultará en una consciencia planetaria más integrada, la que será percibida por la humanidad como un “nivel superior de consciencia”, ya que la humanidad es la “mente consciente” de la Tierra en su conjunto. Como firme creyente en el libre albedrío, este nuevo nivel de consciencia—más estrechamente integrado no sólo consigo mismo, sino también con las consciencias de los demás reinos: animal, vegetal, fúngico y quizás otros aún por descubrir—permitirá la creación de lo que he llamado una nueva civilización, para la cual no existe un plan maestro.

Si bien el objetivo general de una humanidad conscientemente integrada consigo misma y con el resto del planeta es fácil de articular, la pregunta para cada uno de nosotros, como cocreadores de la nueva civilización, es: ¿Qué pasos iniciales concretos puedo y debo dar? En semejante estado de confusión, me topé con el libro del que estoy a punto de resumir la primera parte. Además de responder a la pregunta planteada, muchos aspectos de la historia y la arqueología cobraron de repente más sentido.

Espero que las ideas presentadas aquí les resulten intrigantes e inspiradoras, pero este es solo mi resumen y estoy seguro de que está lleno de sesgos personales. Además, el libro contiene discusiones y otros matices que enriquecen lo que presento. Si el tema les resulta interesante, les recomiendo ampliamente que adquieran un ejemplar (en inglés) usado, ya que lleva muchos años agotado.

Rafael Bracho (RXB)

Introducción

En 1979, a los 84 años, Dane Rudhyar publicó el libro Más Allá del Individualismo, subtitulado La Psicología de la Transformación, en el que presenta una perspectiva de cómo la psique humana ha evolucionado a lo largo del tiempo y la dirección en la que debería seguir evolucionando. El Dr. James Fadiman, cofundador de la actual Sofia University, afirma en el prólogo que los numerosos libros escritos por Rudhyar sobre diversos temas son “envoltorios de regalo de la misma filosofía”, que Rudhyar posteriormente denominó Filosofía de la Totalidad en su libro El Ritmo de la Totalidad, publicado en 1983, dos años antes de su fallecimiento.

Holismo en Psicología

En el centro de esta filosofía se encuentra lo que solo puede describirse como una mentalidad holística, iniciada por Jan Smuts en su influyente libro de 1926 Holismo y Evolución, donde argumenta que el nuestro es un universo de totalidades, también llamadas todos, definidas como campos de actividad. Rudhyar escribe: “La experiencia humana lidia con totalidades y con los resultados de la interacción de totalidades o con la desintegración de totalidades mayores en otras menores. Además, el hombre observa una jerarquía de totalidades: cualquier totalidad tiene partes que a su vez son totalidades con partes. Smuts consideró la evolución un impulso hacia una totalidad más inclusiva y denominó a dicho impulso: holismo.” Pero Smuts no imaginó una totalidad más inclusiva que una “personalidad”, utilizando la palabra en el mismo sentido general que Carl Jung y el propio Rudhyar, es decir, como un individuo integrado. Según Rudhyar, Smuts carecía de un concepto claro de la inseparabilidad del estado de totalidad existencial y la consciencia, a diferencia de su contemporáneo Teilhard de Chardin, quien hasta acuñó el término consciencia reflexiva para referirse a la consciencia humana de ser consciente.

Hoy en día, todo está compartimentado y especializado, hasta el punto de perder el enfoque y la dirección general. Hablamos de una visión holística cuando, por ejemplo, necesitamos considerar la dirección general de una corporación, considerándola como un todo. En Más Allá del Individualismo, Rudhyar asume la definición de evolución de Smuts como un impulso hacia una totalidad más inclusiva, junto con una visión integral, de hecho, holística, de la evolución misma. Al combinar la antropología y la historia de las culturas y las religiones, junto con teorías de la evolución biológica y, aún más importante, la psicomental, el libro plantea que es imposible separar al individuo de su entorno y de la época en la que vivió. Todo ser humano debe ser considerado como una individualidad y un ser colectivo, un miembro distinto de múltiples grupos sociales que son, en sí mismos, totalidades formadas por el interrelacionamiento de sus miembros. En otras palabras, una personalidad es un “todo-individual” integrado, así como un miembro (una “parte”) de un “todo-cultural” que lo abarca, y que llamamos sociedad.

Sinopsis del Libro

En primer lugar, como afirma el Dr. Fadiman en el prólogo, el libro se aleja del reduccionismo que ha plagado la psicología desde la segunda mitad del siglo XX. Señala que, en lugar de presentar una teoría con evidencia obtenida tras numerosos estudios, el libro es “una discusión sobre una forma de pensar, una manera de examinar el ciclo vital. Es la formulación de un modelo más inclusivo del funcionamiento humano.” Tras el prefacio en el que Rudhyar analiza las ideas ya mencionadas sobre el holismo en psicología, el libro propiamente dicho se compone de dos partes, cada una de las cuales se refiere a un “modo” particular de comportamiento: personal-individual o colectivo-social. Para la primera parte, se basa en la psicología funcional, una teoría que se centra en el propósito (función) de los estados mentales y las conductas. Propone una jerarquía de cuatro órdenes de funciones conductuales, como veremos en breve.

En la segunda parte, Rudhyar analiza primero la transición de la biología a la cultura en la evolución humana, que se basó en la diferenciación individual. A continuación, presenta cuatro polaridades diferenciadoras de roles arquetípicos en diversos momentos de la evolución humana: el Guerrero y el Gobernante en la antigüedad, seguidos por el Sacerdote y el Filósofo, el Comerciante y el Productor, y, más recientemente, el Tipo Condicionado por el Dinero y el Individuo Transpersonal.1 También incluye un análisis del ideal de plenitud social, en particular por qué lo que él llama una Sociedad Plenaria no es una utopía materialista ni espiritualista destinada al fracaso, y ofrece una crítica de nuestra civilización occidental actual. Quizás resumiré esta segunda parte en otro artículo.

Cuatro Órdenes de Funciones Psicológicas

Aunque el libro habla de funciones del primer, segundo, tercer y cuarto orden, su jerarquía nunca se define formalmente. Presumiblemente, se refieren a las etapas evolutivas de los humanos como seres psicosomáticos, es decir, organismos vivos compuestos de mente (psique) y cuerpo (soma). Con base en el tipo de funciones incluidas en cada orden, sugiero nombrarlas: Biológicas, Socioculturales, Individualizantes y Transpersonales. También describe lo que él llama funciones semilla que impulsan a los humanos a pasar de un nivel a otro superior.

Primer Orden (Biológico)

Las funciones del primer orden se relacionan con las necesidades e instintos básicos, como lo que desempeñan los sistemas respiratorio, circulatorio, digestivo e inmunitario, entre otros. El sexo es un caso especial, ya que es una función biológica relacionada con la procreación, pero también una función transicional o semilla. Como veremos más adelante, el sexo es la base de los procesos que se refieren a las funciones del segundo orden. Las funciones del primer orden son “genéricas”, en el sentido de que son compartidas por todos los seres humanos. Varían poco entre razas y aún menos entre personas. Si fallan por completo o se interrumpen durante un tiempo, es probable que el individuo experimente trastornos psicosomáticos, incluida la muerte.

Estas funciones son compulsivas, instintivas y generalmente operan a nivel subconsciente, aunque pueden estar controladas por la mente y la voluntad de la persona actuando como funciones de tercer orden (individualizadoras). Las funciones del primer orden tienen connotaciones en la psique, pero suelen referirse al correcto funcionamiento de sus “instrumentos”, como las células y las estructuras orgánicas, que realizan la función. Estos “matices psíquicos” pueden llegar a ser tan intensos que actúan como un tono fundamental que puede negar la potencialidad de su función del segundo o tercer orden, ya sea temporal o permanentemente. Esto puede representar un estado progresivo o regresivo del crecimiento humano, este último quizás causado por mala salud, aunque a las enfermedades graves se les puede dar un significado metamórfico cuando se interpretan desde un punto de vista trascendental.

Segundo Orden (Sociocultural)

El Buda rechazó la noción de existencia inherente, pues la existencia misma se basa en el relationamiento. Este simple hecho es la base de la filosofía de Rudhyar: todo lo que existe es una totalidad, un campo de actividades desarrolladas por el interrelacionamiento de sus partes. Pero me estoy desviando del tema. Salvo la respiración, las necesidades de los primeros humanos exigían el establecimiento de relaciones, incluyendo una con lo que se comían para sobrevivir. Más obviamente, el sexo como función reproductiva requería una pareja de polaridad biológica opuesta. Además, la seguridad se garantizaba mejor en grupo que solos, dando origen a una tribu, un todo unido por el interrelacionamiento de sus integrantes.

Sobre la Consciencia

Sin lugar a duda, el principio más importante del holismo es que las partes de la totalidad deben colaborar para llevar a cabo sus funciones. De la forma más rudimentaria, quizás, deben “saber” qué hacer, lo que significa que toda totalidad tiene consciencia debido al interrelacionamiento de sus partes, que son en sí mismas totalidades. Pensamos que las funciones biológicas se realizan “inconscientemente” pero nos maravillamos de su capacidad para operar en circunstancias estresantes y hablamos de la “sabiduría del cuerpo”. Sin embargo, lo que normalmente entendemos por “consciencia” se desarrolla con los procesos sociales porque se basa en el surgimiento y el ascenso progresivo del sentido de interrelacionamiento, separando gradualmente la personalidad de su base biológica.

En un nivel superior, la tribu o, mejor aún, el todo-cultural, posee lo que podríamos llamar una consciencia colectiva, resultado de cultivar el sentido de unión y conexión entre sus miembros más allá de la satisfacción de las necesidades biológicas. Este sentido otorga al grupo un significado colectivo, una identidad representada primero por los curanderos, los sacerdotes y, posteriormente, los filósofos, cuya función social es dotar al grupo de un sentido de unidad en conexión, una formulación religiosa y cultural. Así, tenemos al dios de la tribu con numerosos rituales, mitos y símbolos, de los cuales nace una cultura.

Comunicación

La mayoría de las funciones socioculturales del segundo orden responden a la necesidad de comunicación, desarrollando diversos tipos de lenguajes, desde gestos simples que transmiten emociones primitivas hasta la capacidad de describir y definir procesos de acción mediante verbos, sustantivos, etc. En la antigüedad, se desarrollaron dos ramas de la comunicación: una orientada a formas de arte simbólicas que evocaban sentimientos o realizaciones intangibles y subjetivas, y la otra referida a diversas formas de actividad mental con carácter de “revelación”. La vida, o el dios de los procesos vitales, reveló a ciertos individuos sensibles el conocimiento necesario no sólo para sobrevivir, sino también para desarrollar al máximo una o más cualidades esenciales para el grupo.

Estos tipos de actividad revelada se presentan como tabúes inquebrantables o mandamientos divinos a partir de los cuales se desarrollan las instituciones socioculturales para concretar (y cristalizar) el sentido de relacionamiento e interdependencia tribal (posteriormente social) de todos los miembros, tanto entre ellos como con el todo-cultural: un organismo sociocultural en el que sus miembros e instituciones son órganos, integrados por un profundo sentimiento de comunidad y con unas tradiciones y un propósito fundamental en común. Estos todos-culturales suelen tener sus raíces en la biosfera, con su propio territorio geográfico, clima, fauna y flora, y otros recursos. Como tales, se basan en funciones del primer orden, pero, si la biología es la raíz, la actividad sociocultural representa la vegetación. Escribe Rudhyar: “El árbol de la colectividad humana finalmente florece en individuos.”

Sociedades Humanas

Al igual que las sociedades animales, los primeros humanos formaron grupos para satisfacer mejor la necesidad colectiva de seguridad y crecimiento constante. Sin embargo, a diferencia de ellos, las sociedades humanas también se esfuerzan por desarrollar condiciones de vida y un estado de consciencia que permita la transferencia pacífica de información, conocimiento, significado y propósito de generación en generación. Como señala Rudhyar, el valor de dicha transferencia cultural es paralelo, a un nivel no físico, a la importancia de la selección genética y de producir líneas de desarrollo genético relativamente estables a nivel biológico.2 Se ha dicho que los seres humanos tienen la capacidad de “sujetar el tiempo”, mientras que los animales pueden “sujetar el espacio” gracias a la locomoción, y las plantas “sujetan la química”, especialmente si consideramos la fotosíntesis. La sujeción del tiempo permite la creación de símbolos que transmiten nociones abstractas y significados de los que se puede obtener comprensión y sabiduría para guiar a las generaciones futuras.

En los animales y los hombres primitivos, la mente opera exclusivamente al servicio de las necesidades biológicas de supervivencia, seguridad y alimentación. Se puede decir que “la vida” controla a “la mente”. Sin embargo, la mente puede liberarse de dicho control porque es consciencia en un estado formado (estructurado).3 Escribe Rudhyar (énfasis suyo): “[La mente] es consciencia estabilizada y definida en un nivel particular de actividad”. Cuando un hombre opera en el nivel de “la vida”, su consciencia, y por ende, su mente, posee el carácter y la cualidad de la actividad biológica y las funciones del primer orden. Sin embargo, los seres humanos tienen una mayor potencialidad de transformación rítmica e intensificación de la consciencia. La función esencial de una cultura es propiciar la realización de dicha potencialidad. El objetivo último de la evolución humana es elevar el enfoque de la consciencia y, como resultado (o simultáneamente), liberar la actividad humana de su atadura a la fisicalidad y la biología.

Tercer Orden (Individualizador)

En las tribus primitivas, alguien pudo haber alcanzado reconocimiento personal, quizá gracias a un descubrimiento, una invención o una revelación, y otros reaccionaron positivamente a dicho logro individual. Confundido, al principio podría pensar que una fuerza actúa a través de él, pero pronto encontraría placentera la notoriedad. O, por el contrario, un miembro de la tribu puede fracasar en lo que se le exige, quizá debido a una enfermedad mental o una malformación física, y también sentirse especial pero en un sentido negativo. Una vez que se percibe dicha distinción dentro de la tribu, la mente debe darle significado. La persona se siente apartada del grupo, quizá “por encima” o simplemente “fuera” de los demás miembros. La sensación de aislamiento, desapego e incluso la negativa a someterse a estándares comunes, pues no se aplican a su estatus especial, actúan como factores individualizadores.

El Ego y el Ser

Debido a estos y otros aspectos sociológicos, como el desarrollo de las ciudades donde la especialización es necesaria, el sentido de individualidad se desarrolla en sociedades transformadas por una nueva actividad mental que intenta abordar nuevos problemas de relación entre personas que ya no están dominadas por impulsos biológicos ni por sus proyecciones simbólicas glorificadas. El impulso de actuar como individuo y afirmar su estatus relativamente único se desarrolla como un “yo soy” en el contexto de la sociedad, la religión y la cultura. Pero también se desarrolla contra la inercia de lo común, que jamás podría cuestionarse en el estado tribal y que puede considerarse opresivo en grandes sociedades centralizadas. El resultado de tal situación es el desarrollo del ego.

El ego se desarrolla a una edad muy temprana, cuando el niño pequeño reconoce su nombre, empieza a reclamar ciertos objetos como “mío” y dice “yo quiero”. A medida que el niño madura, el “sentimiento del yo” crece en intensidad y en relación con los patrones socioculturales de pensamiento, sentimiento y comportamiento presentes en su entorno. Dicho esto, el ego es más que la comprensión consciente de ser diferente de los demás. Es importante abordar la manera en que la manifestación del ego aparece y se desarrolla. En la raíz del sentimiento del “yo” se encuentra el ser, definido como el poder que establece la naturaleza particular, el carácter esencial y la frecuencia vibratoria de un organismo vivo.4 Mientras que en el reino animal el ser es genérico y pertenece a la especie (con la notable excepción de las mascotas domésticas), en los humanos es potencialmente individualizado. Existe un ser genérico para el homo sapiens, pero cada individuo tiene en su núcleo un ser latente. Como vimos anteriormente, en nuestra discusión sobre el holismo, la consciencia es la expresión de la totalidad del campo orgánico de actividad que llamamos ser humano. El ser, sin embargo, es poder,5 no consciencia.6

Carl Jung definió el ego como el centro de la mente consciente y también como su circunferencia. Sin embargo, como centro, el ego no es el poder de la mente consciente, sino el reflejo de dicho poder, del cual puede no ser consciente. El ego se interesa menos en el centro y más en la periferia, donde la personalidad interactúa con el entorno, reaccionando o respondiendo a las presiones externas. De hecho, el ego es un mecanismo de adaptación a un entorno sociocultural. Dicho mecanismo implica la existencia de un poder sustentador, que es el ser, incluso cuando opera a nivel subconsciente. El ego necesita dicho poder para desafiar las compulsiones biológicas que ningún animal puede desobedecer.

El Ego y la Mente

El ego se preocupa exclusivamente por los mecanismos y técnicas para ajustar o controlar el entorno. Para ello, utiliza el poder de la mente racional. Valiéndose de sus facultades intelectuales, inicialmente manifestadas como ardides, descubre maneras de obtener más placer o comodidad y evitar el dolor, utilizando a otras personas o bienes materiales. “El ego actúa como un técnico, un ingeniero”, escribe Rudhyar. Pero, mientras utiliza la mente como instrumento, se ve moldeado por ella y prisionero de ella. El ego no solo se subordina a la mente, sino que rara vez se da cuenta de que sus motivos y objetivos están dictados por impulsos biológicos y por los imperativos sociales y éticos de la cultura en la que se ha desarrollado, o por una rebelión emocional, y a menudo ciega, contra la biología o la cultura. Sin embargo, detrás de esta rebelión, o de la ambición de satisfacer un aspecto de la cultura, está el poder del ser.

El ser en el hombre es el individualizador. Gracias a él, el ego puede desarrollarse en el campo de consciencia de la mente, dándole a dicho campo una estructura particular. El ego está tan preocupado por el entorno, por adquirir mayor dominio sobre él, que ni siquiera es consciente de la fuente de su poder, al menos por mucho tiempo. En contraste con esta actividad incesante del ego, el ser simplemente es … lo que es. Es el poder de cumplir el propósito (dharma) inherente al hecho de que un ser humano nació en un momento determinado y en un lugar determinado. La consciencia de ese individuo desarrollará un ego moldeado por la cultura en la que nació y a través de las funciones socioculturales del segundo orden.

Esas funciones centralizan la consciencia colectiva del todo-cultural. Y, sin embargo, inicialmente algunos miembros de la tribu se sintieron “diferentes” del resto, como vimos antes, y comenzaron a sentir una centralidad interna. Pero, este sentimiento está ligado a las circunstancias y actividades externas, por lo que el ego resultante se preocupa por lo que ocurre en la periferia sin comprender la raíz de este “sentimiento de yo”. Aunque afirmamos que todo ser humano tiene la potencialidad de la individualidad, no fue hasta el año 600 a.C. que nuestra humanidad actual comenzó a desarrollar una mente objetiva, intelectual y analítica, desvinculada de la biología y la cultura, al menos en teoría. Esta mente se manifiesta de diversas maneras, que son las funciones individualizadoras del tercer orden.

Nuestra Sociedad Occidental

Desde el Renacimiento europeo, nuestra sociedad occidental ha sido la primera en adoptar ideales y conceptos de organización basados en funciones del tercer orden. Como resultado, se ha producido un rápido crecimiento de la ciencia y la tecnología, así como la expansión de instituciones democráticas que, en teoría, proclaman el valor y la dignidad de la persona individual con derechos inalienables, independientemente de sus características biológicas (sexo, color, raza) o culturales (clase, casta, nivel de riqueza). Nuestra sociedad occidental glorifica el “individualismo a ultranza” que promueve una ambición personal y una libertad de acción descontroladas. Se ha convertido en una sociedad de egos, creada por egos, para la mayor gloria de egos, bajo el pretexto de una autoexpresión plena y desinhibida y de la “autorrealización”. Ahora es una sociedad enamorada de la tecnología y de mecanismos de todo tipo, y sabemos que el ego es un aficionado de los mecanismos para interactuar con el entorno, incluyendo a otras personas. Mas toda esta actividad del ego cumple una función necesaria en la evolución de la humanidad: transformar la consciencia humana, liberándola de las compulsiones biológicas y del apego a una cultura y sus rígidas tradiciones.

Sin embargo, lo que el ego considera “libertad” es simplemente anarquía, expresión del aspecto negativo de la civilización, que pronto se transforma en un extraño estado de esclavitud a la compulsión de sentirse libre, independiente y automotivado a cualquier precio. La verdadera autonomía reside en el ser, pues no necesita demostrar su libertad y autonomía. Es lo que es y no le importan en absoluto los demás seres, porque la verdadera identidad no se preocupa por la consciencia ni el relacionamiento. Una vez más, el ser es poder, o sea el poder de ser lo que uno es. Sin embargo, este poder no actúa de forma aislada, sino que representa un tono (vibración) preciso en el inmenso acorde de la humanidad. El ego no funciona a ese nivel; sólo refleja lo que allí ocurre. Un reflejo, sin embargo, que aporta esa realidad sobrenatural a la mente consciente para que sea formulada y transferida. Todas las funciones individualizadoras, y en especial el ego, buscan elevar la consciencia humana del nivel biológico y cultural al nivel “espiritual”. Pero esto implica romper con la exclusividad inherente a cualquier todo-cultural y abrir las mentes colectivas e individuales a un estado de inclusión e interpenetración.

Cuarto Orden (Transpersonal)

El proceso de rompimiento puede adoptar diversas formas, pero todas implican una repolarización de la mente, una transmutación de las energías biológicas y de las alianzas socioculturales, lo cual es peligroso si se intenta en nuestras ciudades. Por lo tanto, se experimenta mejor a nivel individual, dentro del amplio campo vibratorio (o aura) de seres humanos que han pasado por al menos una parte del proceso. Irradian una espiritualidad holística y compasiva de total aceptación hacia cualquier función humana. En estos individuos operan funciones del cuarto orden. Con el tiempo, estas funciones transformarán a la humanidad: los hombres perderán su ambición personal, el orgullo por los logros y los celos, mientras que la cultura perderá su enfoque en la exclusividad. Escribe Rudhyar: “En ese estado de existencia, el amor, tras superar la compulsividad biológica, las distinciones de clase inculcadas en la cultura, la inseguridad egocéntrica y la posesividad, podrá florecer en un resplandor puro y una inclusión panarmónica.”

Todo esto es superado mediante el amor universal (ágape) que sirve de fundamento a las funciones del cuarto orden, sobre las cuales se cocreará una nueva civilización. Su cultura emanará de personas integradas que ya no necesitarán la naturaleza para equilibrar y redimir la artificialidad de sus mentes egocéntricas. La oscuridad espiritual de nuestras megalópolis actuales quedará olvidada hace mucho tiempo y la humanidad vivirá, en números muy reducidos, en “Ciudades Sagradas”. Esta imagen que parece utópica no se alcanzará pronto, pero las funciones del tercer orden han alcanzado su máximo desarrollo y, una vez más, la humanidad se enfrenta a una crisis planetaria producida por la glorificación desmesurada y la dependencia de la fragmentación intelectual y la ambición egocéntrica.

Pilares Para las Funciones Transpersonales

Como señala Rudhyar en el libro, esta crisis era previsible. Era inherente al enfoque revolucionario de existencia, germen de las funciones del tercer orden, promovido alrededor del año 600 a.C. por Gautama el Buda en Oriente y Pitágoras (y otros) en Occidente. Sin embargo, Buda (y tal vez Pitágoras) implicaron, y deberían haber revelado, un amor universal por la humanidad, además de enfocar y liberar el poder transformador de una actividad mental objetiva, racional e independiente, autocontrolada, que impulsa el proceso de individualización. Este amor y compasión implícitos debieron hacerse explícitos. Inicialmente en la India como el ideal de un Bodhisattva que renuncia a Nirvana hasta que todas las creaturas capaces de consciencia alcancen dicho estado, un ideal que se extendió y arraigó en el norte de la India hacia el año 100 a.C. Un siglo después, esta energía de supremo amor universal se encarnó en Jesús y se liberó al mundo bajo el nombre místico de Cristo, impulsada por el poderoso símbolo de la Crucifixión.

Este amor, ágape, es el pilar emocional de la fundación sobre la que descansan las funciones del cuarto orden para operar en la dirección del crecimiento evolutivo. Dicha fundación también requiere un pilar mental, una mente que sea un campo de actividad holística arraigada en la inclusión, no en la exclusión. La mente analítica clasifica constantemente la información basándose en datos externos que pueden medirse de alguna manera para que encaje en diversas categorías, excluyendo lo que no encaja fácilmente. La mente holística trabaja con principios básicos de organización amplios que pueden incluir una vasta y diversa cantidad de datos que, aunque parezcan no estar relacionados, surgen de un impulso creativo común. Este aspecto de la mente humana se desarrolla después de lo que Rudhyar llamó la función cosmogénica.

Pensamiento Cosmogénico

El término cosmogénico se ha usado como derivado de “rayos cósmicos” o como el adjetivo de “cosmogénesis”, que se refiere a las teorías sobre la creación u origen del universo. Dane Rudhyar aplica un significado muy específico a las palabras cosmos, cosmogénico y cósmico. Cosmos significa orden, armonía y belleza. La mente cosmogénica es capaz de encontrar cosmos en medio del caos, ve la belleza en la aparente fealdad y puede actuar como catalizadora del orden. Opera más allá de los conflictos que suscitan los conceptos éticos y culturales del “bien” y el “mal”, ya que estos se consideran dos polaridades necesarias para la liberación de poder, al igual que dibujar requiere líneas oscuras sobre un fondo claro, o viceversa.

Tras el amor universal y la mente cosmogénica se encuentra el principio de interpenetración, ya que, en el nivel de las funciones del cuarto orden, todas las formas de existencia comienzan a interpenetrarse, de modo que la exclusividad del ego, la posesividad emocional y el orgullo intelectual pierden su poder y atractivo. Estos son medios temporales para desarrollar una sensación interna de la cualidad del “yo soy”, subproductos del surgimiento de la consciencia objetiva y reflexiva a partir de la biología y la cultura. Con su labor cumplida, es hora de que la mente y el ego se vuelvan translúcidos, perdiendo la opacidad y la masa que les aseguraban estabilidad al arraigarse en la fisicalidad. Aunque, hace más de cien años, la física comenzó a revelar un mundo más “transfísico” que físico…

La Realidad Cósmica

En psicología, tras la difusión de los métodos de análisis reduccionistas, propugnados principalmente por Freud, surgió el movimiento humanista, que intentó demostrar que los humanos son capaces de experimentar estados de consciencia más allá de los límites impuestos por las funciones socioculturales e intelectuales del tercer orden. Carl Jung describió una vía de curación para las neurosis abriendo la consciencia a un vasto reino de símbolos y arquetipos. Posteriormente, Abraham Maslow estudió las “experiencias cumbre” de personas sanas para reevaluar y redefinir los componentes de un individualismo sano en términos psicológicos. A finales del siglo pasado, la llamada psicología transpersonal intentó investigar y formular las principales características de los estados de consciencia catalogados como “místicos”, ya que trascienden tanto el ego como el intelecto.

Rudhyar habla de una mente cósmica, refiriéndose a procesos mentales claramente diferenciados de las actividades de individuos biológica y culturalmente condicionados, que operan según imperativos personales y emocionales, éticos y racionales, determinados por el ego. Ya es hora de que la vida y la sociedad humanas sean transformadas radicalmente por un significado cósmico. ¡Pero este significado no nos será dado! No es “natural” en un sentido biológico, sociocultural o egocéntrico. Por lo tanto, debe ser “implantado” en la consciencia ordinaria de todos por personas visionarias, como el propio Rudhyar, cuyas mentes son capaces de liberar el poder y la consciencia de lo que es el futuro de la humanidad.

De Cosmología a Cosmosofía

Las percepciones humanas han sido interpretadas por una función “fisiogénica” que sintetiza los datos proporcionados por nuestros sentidos, pensamientos y ciertas sensaciones orgánicas internas de tal manera que nuestro mundo físico de cuerpos materiales se produce en nuestras mentes; desde átomos y células hasta galaxias y seres humanos. Una función cosmogénica en desarrollo busca ahora redefinir y reinterpretar el vasto entorno del hombre de una manera nueva, que podría llamarse transfísica, transpersonal y simbólica. Un cosmos no se define por su tamaño en el espacio, átomo o galaxia, sino por su característica esencial de inclusión total dentro de su campo de actividad. En ese campo, y en todos los niveles de existencia, todos los pares de opuestos deben estar incluidos, incluso ser y no ser.

Lo que los científicos llaman cosmología no es realmente cósmico, tal y como lo acabamos de definir, porque da por sentado un universo puramente físico. Excluye las formas de existencia no física de lo que llama realidad.7 Además, presupone un observador objetivo externo a los procesos astronómicos observados. Tal “cualidad externa” es incompatible de manera fundamental con la visión cósmica de la realidad. Cada totalidad forma parte de una totalidad mayor y contiene partes que, como totalidades, a su vez tienen partes, y así sucesivamente, por lo que “exterior” carece de significado real. Cada totalidad existencial tiene su propio campo espacial y lapso temporal (ciclo) en la medida en que actúa como una totalidad; pero también está sujeto a los ritmos de la totalidad mayor, para la cual opera como parte, una operación que se define estructuralmente por los ritmos de esa totalidad mayor. Si bien cada organismo vivo, incluido el ser humano, tiene su propio ritmo biológico que influye en sus órganos internos, también se ve influenciado por los ritmos pulsantes del planeta Tierra y el sistema solar.

Las funciones del cuarto orden se refieren a las actividades mediante las cuales una persona completa, no solo el cuerpo físico limitado por la piel o la psique egocéntrica, se relaciona con una totalidad mayor de la que acepta formar parte. El desarrollo consciente de dicha relación es posible gracias a la función cosmogénica, que produce no una cosmología obsesionada con la fisicalidad, sino una cosmosofía multidimensional que lo abarca todo. Basándose en esta inclusividad, el “cosmosofista” busca comprender las interacciones reales entre la potencialidad y la realización para avanzar en el flujo de la evolución. Como persona, es una totalidad; pero adquiere su significado esencial del lugar que la persona ocupa dentro de la totalidad mayor de la que forma parte funcionalmente.

La Totalidad Más Grande

La pregunta obvia que queda es ¿cuál es la totalidad más grande de la que un individuo puede considerarse parte? Durante milenios, ningún ser humano podía concebir ser miembro de un todo mayor que la tribu. Un ámbito de participación tan limitado llegó a incluir una ciudad-estado, un reino y una nación. Hoy en día, es posible (y a veces inevitable) conocer lo que sucede en cada rincón del mundo. Las personas son, o pueden llegar a ser, conscientes de la vida y el sufrimiento de todos los seres humanos. Como resultado, cualquier persona razonablemente informada puede considerar tanto a la humanidad como a la Tierra como las totalidades mayores que pueden motivar y dar valor a su pensamiento, sentimiento y comportamiento. Si lo hace, las funciones del cuarto orden comenzarán a operar. Operarán desde una posición de consciencia individualizada capaz de formularse con una objetividad y precisión que simplemente no eran posibles antes de que las funciones individualizadoras del tercer orden se desarrollaran, al menos parcialmente.

Este sentido de participación era obligatorio a nivel biológico. A nivel sociocultural, la participación se colectivizó, se volvió emocionalmente vinculante y se arraigó en la exclusión de lo ajeno. Actualmente, observamos esta exclusión tribal en todo el mundo, dirigida principalmente a personas que migran debido a condiciones insostenibles causadas por las guerras y el cambio climático. El sentido de participación tiende a desaparecer del campo de la consciencia cuando el proceso de individualización se consolida mediante las funciones del tercer orden. Su reaparición, aunque sea de forma parcial y atenuada, indica que las funciones del cuarto orden comienzan a operar tras el amor omnipresente y la mente cosmogénica.

Función Planetaria de la Humanidad

En resumen, la función humana, que Rudhyar denomina el arquetipo del Hombre, consiste en formular en términos mentales y culturales el significado y el valor de toda actividad dentro del ámbito terrestre, que probablemente se extiende hasta la órbita lunar, delimitando el aura de la Tierra. Por lo tanto, la participación del Hombre va más allá de la observación precisa y la interpretación significativa de los fenómenos existenciales, pues la humanidad tiene la capacidad de transformar radicalmente el funcionamiento planetario, como lo demuestran las actuales crisis ambientales y socioculturales que enfrentamos. Esto se debe, en parte, a la desafortunada consecuencia de creer que la humanidad no pertenece a la Tierra, un planeta de “conflictos y dolores” que, según la Biblia, fue creado para que la humanidad se desenvuelva a su antojo, o que es una escuela donde el Hombre vino a aprender arduas lecciones. Esta mentalidad impedirá que las funciones del cuarto orden se arraiguen.

El filósofo británico de la historia Arnold Toynbee, famoso por estudiar el auge y la caída de las civilizaciones, habló de una “minoría creativa” que, trabajando en segundo plano, precede al advenimiento de una nueva civilización. Las crisis mundiales actuales pueden afrontarse si dicha minoría—que, en mi opinión, ha alcanzado la “masa crítica” necesaria para evitar ser arrastrada por la inercia del caos actual—es capaz de superar y trascender el concepto de alienación y separación de la Tierra, tomada como una totalidad. Sin embargo, al mismo tiempo, la humanidad debe conservar la capacidad de formular el significado que ahora ve emerger de la física nuclear, la astronomía galáctica y las relaciones internacionales; una formulación que requiere un nuevo lenguaje basado en las funciones del cuarto orden, especialmente la función cosmogénica. Pero esta función, advierte Rudhyar, ya no debe operar según líneas abstractas y científicas. Debe estar abierta a la luz que el amor universal y la compasión pueden brindar y, a nivel intelectual, al concepto de interpenetración.

Funciones Semilla o de Transición

Al principio del artículo, aludí a las funciones, en el sentido que hemos estado usando, que permiten la transición de un orden al siguiente superior. Representan la cúspide de las funciones de orden inferior y sirven de base para las de orden superior. Estas funciones parecen operar tanto en el orden inferior como en el superior. Psicológicamente hablando, nos permiten transformar la psique humana tan profundamente que se convierte en una metamorfosis.

El Sexo Como Función Semilla

Al hablar de las funciones de primer orden (biológicas), mencioné que el sexo representa una función especial de transición entre el primero y el segundo orden, sirviendo de base para este último. Mientras que las demás funciones de primer orden ocurren dentro del organismo (respirar, digerir, combatir infecciones, etc.), el sexo requiere la interacción de dos organismos polarizados para la reproducción biológica. Por lo tanto, el sexo pone en funcionamiento los principios de relacionamiento externo. El sexo permite una mayor diversidad al mezclar dos líneas genéticas y quizás culturas, pero se debe introducir la cantidad adecuada de diversidad para que sea asimilable. Existe una línea delgada entre tener al menos cierta diversidad, como lo demuestra la ley casi universal contra el incesto, y no demasiada, como se refleja en la oposición, a veces violenta, al matrimonio entre un hombre y una mujer de diferente color, tribu, religión o incluso cultura.

El matrimonio, como institución sociocultural, depende principalmente de este equilibrio entre la diferencia “suficiente” y la “no excesiva” en una relación interpersonal, pero también es crucial cuando consideramos el sexo como una función de transición entre el primer y el segundo orden, es decir, entre la biología y la cultura. A nivel biológico, los organismos masculino y femenino son meros portadores de semillas: espermatozoide y óvulo. El proceso de diferenciación biológica es incontrolable, salvo que un organismo femenino no es fecundado por un miembro de una especie muy diferente. En cualquier caso, la reproducción sexual representa la fase culminante de las funciones estrictamente biológicas; antes de ella, la reproducción se realizaba básicamente mediante mitosis, con la diversidad mucho menor requerida para la evolución simple.

Sexualidad Humana

Una vez que el principio de relacionamiento comienza a manifestarse en la relación entre dos polaridades opuestas y complementarias, es inevitable un mayor desarrollo, pues la dualidad conduce a la pluralidad o multiplicidad. Las relaciones multifacéticas del estado sociocultural absorben parte de la intensidad salvaje e inicialmente incontrolable de las relaciones sexuales bipolares. El “grupo” se expande, controla y aprovecha la energía generada por las “parejas polarizadas”, relacionándolas en patrones de organización más amplios. Cuando se alcanza el nivel de actividad sociocultural, las funciones de segundo orden se desarrollan a partir de la materia prima del relacionamiento sexual. Este patrón de crecimiento solo ocurre en el reino humano. En el reino vegetal, el sexo es pasivo debido a la falta de movimiento y, de hecho, muchas especies requieren asistencia externa para la polinización, como el viento, las aves o los insectos. Es en el reino animal donde el factor de relacionamiento adquiere un carácter dinámico y, al ser capaces de “moción”, los animales también pueden experimentar “emoción”.

En el reino humano, el sexo deja de ser una actividad estacional para tener un propósito genérico. Las interacciones sexuales pueden ocurrir en cualquier momento. A nivel mental, pueden abarcar varias generaciones. Pueden ser personales y voluntarias, o impersonales, idealistas y trascendentes. Si bien el sexo sigue siendo la base de las relaciones humanas, su energía se vuelve cada vez más subordinada a los procesos, conceptos y valores socioculturales. Actividades como la maternidad, la lactancia, el cuidado de la progenie, la construcción de viviendas o centros educativos, prolongan los patrones de relación que comenzaron con el apareamiento. En estas actividades inspiradas por el sexo, que forman la base del orden social, la mujer es inicialmente el factor positivo y rector. Mientras que ella gobierna la dualidad y la polaridad, el hombre se ocupa principalmente de la pluralidad: el ámbito de la organización social y grupal.

Sexualidad Sociocultural

A medida que se desarrollan las connotaciones psíquicas del sexo, las energías biológicas se transmutan en impulsos socioculturales, que pertenecen al segundo orden de funciones. La atención se desplaza de las relaciones sexuales a una gran variedad de connotaciones sociales. Este cambio es necesario para desarrollar una cultura significativa y productiva y preservar el orden social. Las actitudes sociales hacia el sexo, a menudo negativas, configuran la relación entre las funciones biológicas y las socioculturales. El sexo representa un “estado crítico” en la evolución humana y el período de desarrollo sexual, típicamente la pubertad, se considera de gran importancia. Marca la transición de la infancia a la, al menos potencial, edad adulta.

Mucho de lo que se ha escrito sobre los diversos “ritos de iniciación” de la pubertad enfatiza la muerte a lo viejo y el renacimiento a una nueva fase de existencia y consciencia. Sin embargo, lo más importante es que todas las actividades culturales (del segundo orden) se concibieron originalmente como extensiones de una relación sexual (bipolar). Por lo tanto, un ser humano no podría participar plenamente en su comunidad en términos de actividad sociocultural a menos que “muriera” al ritmo unitario de la autoexpresión infantil y “renaciera” en el nivel de la dualidad y la relación sexual. Sin embargo, con el sexo, surgen problemas de relación bipolar que, a su vez, dan lugar a tensiones grupales y a la posibilidad de relaciones multifacéticas e incluso conflictos violentos.

Matrimonio

Esta posibilidad debe controlarse para que la especie humana sobreviva. Se desarrollan controles intrínsecos, tanto “sancionados” por la religión como “glorificados” en rituales y objetos especiales que simbolizan el aspecto más profundo de la relación y, quizás, la participación de Seres superiores, o Dios. El ritual más común es la ceremonia matrimonial. Hasta hace muy poco, el matrimonio tenía poco que ver con los gustos personales y los sentimientos emocionales de dos personas que deseaban unir sus vidas para la realización personal conjunta. El matrimonio tenía dos funciones: procrear, perpetuando así la firma genética distintiva de una raza o combinación nacional de razas; y perpetuar el estilo de vida sociocultural y la tradición religiosa de un grupo en particular.

En el mundo occidental, la ceremonia matrimonial tradicional involucra a cuatro participantes: la novia, el novio, la sociedad (padres, ministros, otros asistentes) y Dios. Cualquier unión sexual que no incluyera a estos dos últimos se consideró, durante siglos, “pecaminosa”, incluso cuando se toleraba. El matrimonio entre un hombre y una mujer de diferentes orígenes culturales o religiosos era escandaloso y no podía sancionarse mediante un ritual religioso; solo se permitía la unión civil, y no en todas las sociedades. Incluso a nivel civil, la barrera racial era a menudo infranqueable, supuestamente para preservar la pureza sociocultural. Cuando las funciones de tercer orden, las individualizadoras, se afianzaron en la mentalidad colectiva, el matrimonio comenzó a aceptarse como la unión consciente, deliberada y relativamente abierta de dos individuos. Sólo desde el siglo pasado, el tercer factor del ritual matrimonial (la sociedad) ha quedado relegado a un segundo plano. En cuanto al cuarto factor (Dios), suele ignorarse o sustituirse por el sentimiento instintivo e impersonal de comunión con energías vitalistas o incluso cósmicas, que antaño se habían personificado como dioses en las religiones “paganas”.

El Intelecto Como Función Semilla

El proceso de “liberación” de la mente concreta e instintiva, que opera al servicio de “la vida”, requiere el desarrollo de un proceso de pensamiento analítico y discursivo, al que hoy llamamos intelecto. Este intelecto es una herramienta mediante la cual la consciencia humana puede observar los cambios existenciales en sí misma y en los demás de forma objetiva y sin emociones. Se le glorifica como el gran liberador mediante técnicas analíticas rigurosamente controladas; por ejemplo, el método socrático del “discurso”. El intelecto discursivo representa el desarrollo más avanzado de la relación sociocultural y la “sujeción del tiempo” que ya mencionamos. El intelecto humano es capaz de manejar relaciones y conceptos sin verse afectado por el flujo del tiempo, apoyándose en “constantes” universales y “leyes naturales” deterministas. En principio, el intelecto no se ve afectado por las emociones derivadas de presiones biológicas, psíquicas o socioculturales. Además, el conocimiento derivado de los procesos intelectuales es fácilmente transmisible, por lo que abarca tanto generaciones como continentes.

La Caja de Pandora Intelectual

Sin embargo, el desarrollo de la función intelectual conlleva una serie de consecuencias imprevistas. El conocimiento intelectual presupone un conocedor que es objetivo respecto a lo conocido y cuya actividad mental está libre de las compulsiones de su naturaleza biológica. Además, el conocedor también debe estar libre de las suposiciones limitantes de su cultura y de las presiones sociopolíticas de su sociedad. El intelecto debe estar relativamente separado de las funciones del primer (biológico) y el segundo (sociocultural) órdenes para ser el fundamento de las funciones del tercer orden. Es importante destacar que debe individualizarse (ser autónomo) para así funcionar en términos de la razón pura. La mente discursiva analiza lo que perciben los sentidos, lo que siente todo el organismo y lo que la tradición colectiva presenta como verdad revelada.

Analizar es romper con la sensación de totalidad y empatía, ignorar la “realidad” presentada con fuerza por una sociedad que valora la seguridad personal y grupal por encima de los hechos objetivos. Sólo los individuos capaces de distanciarse de su cultura y tradición y, al menos inicialmente, oponerse a ella, pueden realizar eficazmente dicha tarea. Esta actividad separativa, realizada por el aspecto intelectual de la mente, es una fase evolutiva necesaria; así como, en lógica, la antítesis es parte integral de un silogismo que lleva de la tesis a la síntesis. Pero debería ser sólo una etapa transitoria entre la actividad compulsiva de la mente colectiva y la actividad individual consciente, aunque holística, de la “supermente” (usando el término de Sri Aurobindo), dentro de la cual todas las consciencias humanas se interpenetran potencialmente. De igual manera, la “sensación del yo” individualizadora debe considerarse una experiencia transitoria en la que puede, y temporarlment debe, basarse una mentalidad antitética.

Individualización y Divinidad

La individualización se basa en la capacidad de referir sensaciones, percepciones y sentimientos orgánicos o psíquicos a un centro. Durante mucho tiempo, la humanidad experimentó cambios de forma aleatoria, sin ritmo, límites ni centro. Cuando surgió el sentimiento de “centro”, este se refería a la comunidad en su conjunto, con un carácter colectivo que se proyectaba externamente como el dios de la tribu. A medida que se extendía el campo de la actividad tribal, el dios tribal fue reemplazado por un Dios universal que gobernaba sobre muchos dioses y espíritus menores, al igual que el emperador persa deificado, Darío, gobernaba sobre naciones y tribus más pequeñas. Jesús enseñó la doctrina revolucionaria de que el Reino de los Cielos reside en cada ser humano, afirmando que el poder estructurante del universo debe experimentarse en el núcleo del ser de cada persona como el “Regente Interno”.

En la India, la revelación de que el Brahman universal y el Atman individual son esencialmente uno siguió siendo un factor central en todas las filosofías hindúes. Sin embargo, en el mundo occidental, la manifestación social de este ideal de identidad se vio eclipsada por la sumisión tradicional a una autoridad central, tradición que data del siglo VI a.C., cuando Ciro fundó el Imperio persa. Esta tradición se transmitió a la Roma imperial, que, consciente o inconscientemente, la había absorbido de los modelos persa y del Egipto tardío. Surgió un dualismo en la mentalidad occidental, simbolizado por las dos figuras más poderosas de nuestra cultura: César y Cristo. Se produjo una división entre la esfera sociopolítica y la espiritual-individual. En esta última, se adoraba a Dios como centro universal, entendiendo que cada ser humano tiene, como ideal, la imagen arquetípica de esta centralidad divina. El hombre podía ser “unificado”, pero nunca “identificado” con un Dios concebido como externo al cosmos, como un artista que permanece externo a sus creaciones.

Relación del Hombre y la Naturaleza

Si el hombre fue creado a imagen y semejanza de tal Dios, lógicamente, también debe ser externo a este pequeño mundo. Para aprender alguna lección, se cree que el hombre existe en una Tierra a la que, como alma creada por Dios, no pertenece realmente. La Tierra no es su verdadero hogar, solo una “escuela”. Sin embargo, al involucrarse en actividades terrenales, el hombre se fascina y se vuelve adicto a las energías y pasiones de “este mundo”. Su principal tarea es desapegarse de tales seducciones. A nivel emocional, esto se llama “separación”, pero a nivel mental, es “abstracción”, que proviene del latín abstractus: “alejar”; un proceso en el que la mente humana debe desprenderse y separarse de lo que observa, analiza y finalmente transforma.

En una experiencia vital directa, todo el organismo reacciona a una situación global. A nivel biológico, esta reacción es instintiva, con un tipo genérico de consciencia que, en términos de lo que consideramos consciencia (la reflexiva), es en realidad inconsciente. A nivel sociocultural, los miembros de la sociedad tribal reaccionan ante las situaciones según patrones de sentimiento, pensamiento y comportamiento que han sido grabados a la fuerza en sus mentes por el idioma, el comportamiento y las enseñanzas de la comunidad, dejando de lado todo lo que es inaceptable para la tradición. La consciencia tiene un carácter esencialmente colectivo.

El “Centro Yo”

Cuando la mentalidad colectiva de una cultura alcanza un punto en el que la capacidad de abstracción adquiere una importancia significativa, al menos para una “minoría creativa”, el proceso de individualización a nivel emocional ha progresado hasta la etapa en la que la experiencia de “ser yo” se vuelve no solo plenamente consciente, sino también mentalmente comprendida. Trasciende un sentido orgánico que podría llamarse semiinstintivo (“Quiero esto”, “Esto es mío”, “Soy diferente”) para constituir el fundamento del principio metafísico de ser. ‘Yo’ se convierte en una abstracción y el individualismo se desarrolla como principio social de acción, expresando la existencia de una multiplicidad de unidades de ser que pueden recibir diferentes nombres, como las almas inmortales creadas por Dios.

De esta línea de pensamiento se desprende el concepto de individualidad absoluta, una abstracción claramente diferenciada de la totalidad orgánica resultante del hecho de que un organismo es un campo estructurado de actividades funcionales interrelacionadas e interdependientes. También es diferente del ego, que se desarrolla como respuesta del todo-individual a las presiones familiares y sociales. Sin embargo, tal individualidad absoluta es como un centro sin circunferencia, pues hablar de un centro sin concebir un círculo es como hablar de una madre o un padre sin un hijo. Si bien cualquier punto puede ser teóricamente un centro, solo lo es potencialmente hasta que el espacio circundante se llena y organiza a su alrededor.

El “Ahora”

De manera similar, convertir un momento en un concepto absoluto, glorificado como el ‘Ahora’, implica abstraer un momento particular, cualquier momento, de la experiencia humana del proceso de cambio en constante evolución y otorgarle un significado absoluto. Esto se hace, y una persona particular se separa (abstrae) de su entorno y del cosmos en su conjunto, cuando cobra importancia transferir el enfoque de la consciencia, los sentimientos y la atención del primer y segundo órdenes de funciones, la biología y la cultura, al cuarto orden.

Cuando la consciencia del hombre debe separarse gradualmente de la biología y de una cultura local y exclusivista, porque tal cambio de enfoque y nivel es necesario para continuar la evolución humana, entonces la crisis de individualización y la ruptura con el pasado biocultural se expresan como una glorificación del individuo en sí y del momento en sí. El desapego del “Ahora” se vuelve imperativo. Debemos atravesar el proceso de transición que conduce a un estado aún desconocido de ser espiritual, o regresar a la condición de materia indiferenciada.

Crisis de Individualismo

Este proceso de transición hace uso de las facultades mentales y del sentido innato de orden que la biología y la cultura han construido, pero se utilizan de tal manera que, en realidad, destruyen sus fundamentos bioculturales. De hecho, los valores biológicos y culturales pierden su potencia y significado centralizado, transfiriéndolos al individuo glorificado que, como ciudadano mundial independiente y autodeterminado, desvinculado de las influencias familiares, nacionales y culturales, es teóricamente libre de unirse a otros individuos de orígenes diferentes o similares en la cocreación de una nueva civilización.

El desarrollo de los todos-culturales conduce a un período de crisis prolongada durante el cual las funciones del tercer orden adquieren una importancia a menudo exagerada. El proceso de abstracción puede descontrolarse en las mentes intelectuales, perdiendo el contacto con las experiencias vitales holísticas y las realidades planetarias. Los individuos, en su afán emocional por liberarse de todo lo que la cultura les impone, olvidan fácilmente que cada uno de nosotros es solo una de las miles de millones de variaciones de un mismo tema: el ser humano. Cada persona individualizada se nutre de este tema para expresar y realizar sólo una de las potencialidades latentes disponibles, así como cada todo-cultural es sólo un tipo de organismo social en el que pueden desarrollarse individuos independientes, totalmente conscientes, internamente libres y emocionalmente desapegados.

Autoconsagración Como Función Semilla

Rudhyar afirma que todo organismo vivo cumple un propósito planetario, e incluso cósmico. Sólo unos pocos son capaces, mediante un proceso de autoconsagración, de emerger como factores positivos y creativos en el ámbito de las funciones del cuarto orden. Y, sin embargo, hace cuarenta y seis años, Rudhyar escribió: “El número de estos hombres y mujeres hoy en día aumenta rápidamente, porque la crisis evolutiva de la humanidad parece relativamente inminente, y la presión para tomar decisiones conscientes, deliberadas y valientes, si no heroicas, es constante e irreprimible”.

Del Ser a la Totalidad

La cooperación en la acción es la base de las actividades sociales pero, a nivel tribal y en las familias tradicionales, la necesidad de cooperar nunca se cuestiona. Se basa en un sentido casi compulsivo de identificación con el grupo. La unidad del conjunto prevalece sobre los deseos y opiniones de sus miembros. En sociedades más complejas, especialmente en las ciudades, el ciudadano actúa principalmente como un ego, aunque no sea autosuficiente ni automotivado. Sin embargo, reivindica con orgullo y vehemencia el derecho a “hacer lo que le place”, sin importar las consecuencias para los demás individuos y, especialmente, para el conjunto.

Este es el principio fundamental de la democracia, dice Rudhyar, por el cual los individuos se unen para lograr los muy publicitados propósitos mencionados en el Preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos. Se unen como “personas individuales”, al menos en teoría, cuya individualidad tiene “valía y dignidad” y se le otorga un valor casi absoluto, aunque en la práctica estos principios a menudo son contradichos. Incluso en el nivel ético más elevado, las personas exhortan a “ser buenas” para alcanzar el cielo después de la muerte u obtener buen karma para la próxima vida, o simplemente porque es beneficioso, de una forma u otra, mientras que lo contrario no lo es. El bienestar óptimo a nivel biológico se convierte en felicidad personal cuando “la individualización no sólo ha sido efectiva, sino glorificada y sancionada por filósofos y teólogos que adoran a un Dios igualmente personal”, según Rudhyar.

Vivir Consagrados

Cuando la cooperación y el “ser bueno” dejan de ser una cuestión de libre elección del ego, para convertirse en un hecho ineludible de la naturaleza individual, comienza la transición al cuarto orden de funciones. Si una persona decide no cometer un acto malo, quizás tras una discusión mental a favor y en contra, solo es “buena”. Quien opera plenamente en el nivel de las funciones del cuarto orden no puede elegir el mal, punto. No puede ser de otra manera; no es “libre” de ser bueno o malo. Está incuestionablemente consagrado a la totalidad de la cual sabe que es indudablemente un aspecto o cualidad operativa.

Este tipo de conocimiento no puede refutarse intelectualmente, pues es un hecho existencial interno, más allá de alternativas intelectuales o morales. Podemos llamarlo “intuición”, así como llamamos “compasión” a la comprensión mediante la cual una persona se siente tan íntimamente unida con otras personas, u otras entidades vivientes, que un amor transpersonal fluye a través de ella hacia quien necesite ese poder de amor compasivo. Sin embargo, para que haya una consagración del individuo a la totalidad, primero debe haber un “individuo”, en el sentido de una persona consciente y automotivada que ha experimentado los dilemas creados por la libertad de elección en el pasado, y ahora los ha superado en la lucidez y la certeza interior de la consciencia transpersonal y del ser espiritual.

Sobre la Consagración y la Autoconsagración

Es importante comprender cómo Rudhyar usa la palabra “consagración”. Cuando un oficiante en un ritual religioso o mágico consagra un objeto, éste pasa del plano de lo “profano” al de lo “sagrado”. Se introduce ceremonialmente, es decir, con el consentimiento y la cooperación de un grupo de personas, en el ámbito de lo que se considera inherentemente sagrado. En su libro de 1957 Lo Secreto y lo Profano, el gran historiador de la religión Mircea Eliade muestra que, para la mentalidad arcaica, la cualidad de lo sagrado pertenecía a las acciones de los dioses, acciones que ponían en movimiento el mundo en su totalidad, o al menos un ciclo particular de existencia. En realidad, el momento de la creación no transcurre, sino que está siempre presente. El propósito de las ceremonias sagradas es, una vez más, conectar a la comunidad con la cualidad de ese momento original en el que un dios crea.

De manera similar, en la antigüedad, un discípulo podía ser consagrado en un ritual de iniciación tras haber recorrido con éxito un camino cuidadosamente elegido por el hierofante, sacerdote o curandero que realizaría el ritual, en el que el discípulo es consagrado y aceptado como tal por la comunidad de lo ya sagrado. Más recientemente, ha sido posible consagrarse como individuo a una existencia supraindividual conscientemente reconocida y, al menos parcialmente, comprendida. En los últimos dos milenios, cualquier ser humano ha podido desarrollarse como individuo automotivado hasta el punto de verse impulsado, por una necesidad interna de crecimiento, a buscar un Maestro o Guía espiritual que le ayude en los pasos preparatorios para la autoconsagración. Y la autoconsagración implica esencialmente una disposición interior y un compromiso para desarrollar las funciones del cuarto orden mediante un proceso de “entrega del ego” o, mejor aún, de “metamorfosis del ego”.8

El Estado del Pléroma

Como vimos antes, el Hombre es la mente consciente del planeta. Hoy en día, el Hombre es una mente consciente de ser consciente porque está centralizada en la experiencia de “yo soy”. La individualidad implica centralidad, y la centralidad, a su vez, implica una circunferencia. El filósofo francés Blaise Pascal definió a Dios como el círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Esto se refiere a lo que Rudhyar llamó el estado del Pleroma, en el que cada unidad-centro es el todo, y el todo opera totalmente en cada centro. Es un estado de perfecta plenitud de ser. Pero el Hombre aún está en desarrollo. Habiendo alcanzado el nivel de funciones del tercer orden (que transformó las del primer y segundo órdenes), la humanidad está alcanzando un “cambio de vida” simbólico mediante el cual se hace posible desarrollar funciones del cuarto orden de manera colectiva y públicamente aceptada.

Pero esto es solo una posibilidad. Podría no realizarse en este momento, ya que la mayoría de los seres humanos parecen aún incapaces de dar consciente y efectivamente el paso de la autoconsagración a la humanidad entera. Dicho esto, las crisis que enfrenta la humanidad presentan una oportunidad única para que una “minoría creativa” tome posición. Hoy en día, es un asunto privado o, en el mejor de los casos, una decisión grupal, siempre y cuando sus miembros sean individuos verdaderamente individualizados, autodeterminados y responsables, y no solo una agrupación de personalidades influenciadas por la moda o emocionalmente perturbadas y egocéntricas. En este punto crítico de la evolución de la humanidad y de las culturas que controlan a las masas de hombres, mujeres y niños, los filósofos y psicólogos—y, en especial, los líderes religiosos y políticos, celosamente aferrados a privilegios ancestrales—deben ser conscientes de las nuevas posibilidades y estar abiertos a la aceptación de lo supernormal, incluso si se mezcla con lo anormal.

Consagrando Nuestra Existencia

Hablamos antes de la mente holística, capaz de ver y abarcar cualquier situación u organismo vivo como una totalidad de actividades funcionales interdependientes, y como un cosmos (tal como se definió anteriormente). Ver la existencia en todos sus aspectos, incluso los más insignificantes, de una manera tan cósmica, es hacer uso de la función cosmogénica. Es también consagrar todas las actividades existenciales y transformar las funciones de la vida social cotidiana en sacramentos. La consagración de nuestra existencia adquiere un nuevo carácter en el nivel de las funciones del cuarto orden, porque ya no se refiere a una Creación divina considerada como el único Acto sagrado de Dios. En cambio, es la prerrogativa esencial de la humanidad que actúa unánimemente hacia la realización planetaria del potencial precósmico que la Creación divina realizó sólo en germen. Pero antes del germen y la raíz que le dio poder, estaba la semilla. La semilla es potencialidad pura. El germen, del cual se desarrollan las raíces y el tallo, es el comienzo del proceso de realización de la potencialidad de existencia de la semilla.

El Proceso de Cocreación

En términos de funciones del primer y segundo órdenes (biología y cultura), “lo sagrado” ocurrió en el pasado, típicamente en la Creación. En contraste, para la consciencia en funciones del cuarto orden, “lo sagrado” es un proceso que conduce a un futuro en construcción: el estado del Pleroma del Hombre. Esta construcción es la realización sagrada, y el proceso mismo se siente y visualiza como un sacramento multifacético. Para la persona individual, la meta de tal existencia es el pleno desarrollo de la función cosmogénica, con sus fundamentos gemelos de intuición (mente holística) y compasión (amor ágape universal). Para una colectividad, y para la humanidad en su totalidad, la única meta sagrada es desarrollar la Sociedad Plenaria o Pleroma de Seres Humanos Perfeccionados, utilizando la terminología de Rudhyar, la que define en la segunda parte del libro.

Este es el objetivo final. Puede parecer increíblemente remoto e imposible de alcanzar, pero este futuro se está construyendo ahora. Está siendo cocreado por todos nosotros, empezando por una “minoría creativa”, en cada pequeña victoria sobre los viejos paradigmas y la inercia de sus instituciones socioculturales, y de egos autocomplacientes y, con demasiada frecuencia, ambiciosos, codiciosos y propensos a la violencia. No olvidemos que las funciones del cuarto orden se desarrollan sobre la base de funciones del primero, segundo y tercer órdenes; es decir, sobre la base de la biología, la cultura y la individualidad.

Últimas Reflexiones

Hoy en día, todos los órdenes de funciones operan a la vez, o al menos pueden hacerlo. En el último párrafo de la primera parte, Rudhyar escribe (énfasis mío): “La semilla futura ya está implícita en el tierno germen, aunque la semilla vieja aún permanece, alimentando parcialmente el nuevo crecimiento. … Todo el proceso de la existencia es sagrado, una vez que la mente holística es capaz de percibirlo como una obra hermosa. La belleza reside sólo en la totalidad. No hay integridad, armonía ni paz excepto en la totalidad. Que todos los individuos se consagren a esa totalidad en el heroico desempeño de su propia función, a su propio ritmo: su dharma único y sagrado”.

Epílogo

Como de costumbre, Dane Rudhyar logró articular algo que durante años había creído cierto. Quienes me leyeron antes de este blog recordarán que hablé de cuatro esferas de consciencia: organismo biológico, miembro de la sociedad, individuo consciente y ser espiritual. En términos generales, corresponden a personas en las que operan funciones del primer al cuarto orden. La incorporación de las funciones de transición por parte de Rudhyar aclaró considerablemente mi pensar.

Encontré especialmente valiosa la noción de la función cosmogénica, la que empecé a cultivar conscientemente al leer el libro. Siendo un autodenominado reduccionista en recuperación, ya no entiendo la visión mecanicista de la naturaleza con sus fuerzas indiscriminadas que, de alguna manera, producen el universo que observamos. En lugar de fuerzas, necesitamos pensar en términos de poderes con propósito, lo que sólo puede lograrse modificando nuestra mentalidad, nuestra “filosofía personal”. Cuando una mente reduccionista considera un objeto, como un átomo, una estrella o un sistema solar, sólo percibe partes en movimiento, mientras que una mente holística percibe a un ser.

Todo esto tiene profundas implicaciones en la astrología, que aún se preocupa por las funciones del tercer orden y el necesario proceso de individualización. En muchos de sus libros de astrología, Rudhyar enfatizó dicho proceso al presentar la carta astral como un mándala con la personalidad integrada en su centro. Sin embargo, cuando las funciones del cuarto orden comienzan a actuar, la carta debe verse como un mándala sin centro. En 1980, un año después de la publicación de Más allá de la individualidad, Rudhyar publicó su libro complementario, La Astrología de la Transformación, en el que presenta un enfoque transpersonal a la astrología. Pero eso lo dejaremos para otro momento.

Sin embargo, el mayor regalo que obtuve de este libro fue una mirada directa a la mente avatárica de Dane Rudhyar, un verdadero heraldo de la Era de Acuario.

Siempre Amor. 🌹🙏💖

Rafael Bracho (RXB)

Notas

  1. El prefijo “trans-” tiene dos significados: más allá o a través de. Rudhyar siempre usa el término “transpersonal” para significar “a través de la persona” y no “más allá de la persona”, a menos que lo indique explícitamente. ↩︎
  2. Hallazgos recientes en genética demuestran que los comportamientos culturales pueden alterar la línea germinal, es decir, el material genético contenido en los espermatozoides y los óvulos, que se transmite de generación en generación. En esencia, se trata de un mayor arraigamiento de la cultura de una sociedad a través de la ascendencia. ↩︎
  3. Carl Jung habló del complejo del ego como la estructura de la mente consciente que, en astrología, está simbolizada por el proceso de Saturno. ↩︎
  4. En una carta natal, esta definición del ser: el poder del individuo integrado, se simboliza en el Imum Coeli, que en latín significa “fondo del cielo”, la cúspide de la cuarta casa. Junto con el Medium Coieli, traducido como Medio Cielo o cúspide de la décima casa, son los polos del meridiano, el eje del poder en la carta. ↩︎
  5. Anteriormente, Rudhyar usó el término ‘Ser’ como referencia a la personalidad integrada, y por lo tanto, habló del poder y la consciencia del Ser. En particular, en su libro Las Casas Astrológicas, sitúa al Ser en el centro de la carta astral, en la intersección del horizonte y el meridiano. Sin embargo, en Un Mandala Astrológico, donde interpreta los símbolos sabianos como 360 fases de significado zodiacal, define el Eón como el ciclo vital completo del ser humano, del nacimiento a la muerte, y entonces define al Ser como el poder del Eón y al Alma como la consciencia del Eón. ↩︎
  6. Como señala Rudhyar, al principio la consciencia es puramente biológica porque “la vida” es la única fuerza sustentadora. Algo debía añadirse a la vida para hacer surgir la posibilidad de la individualidad. Este es el “fuego” prometeico robado de los dioses en la mitología griega, el don de la consciencia reflexiva, en palabras de Teilhard de Chardin. ↩︎
  7. Einstein definió algo como real si al menos una de sus características podía medirse. En nuestra filosofía eso sólo estaría manifestado en el Espacio. ↩︎
  8. Jung advirtió que la falta de motivación podría seguir a la rendición del ego, ya que muchos de los antojos mundanos que solían motivarnos son encuentrados con desilusión. ↩︎